Las chicas seguían hablando con sus tazas de café vacías, y
yo seguía preparando desayunos detrás de la barra. Zumos de naranja recién
exprimidos con tostadas de tomate, cafés y un cruasán, tazas de chocolate
caliente… y algún que otro quinto de cerveza para los que empiezan pronto a
calentar motores.
Ha sido todo un detalle que hayas intentado hacer reír a la
chica, y más con ese chiste, ¡Eso sí que es arriesgar!- Me dijo un chico con
una sonrisa divertida cuando se acercó a la barra a pagar su desayuno.
Cuando levanté la mirada, vi a un chico moreno, de ojos
grandes y mirada profunda. Sus ojos eran del color de los granos de café y su
sonrisa formaba una curva casi perfecta, como trazada con paciencia y
perfeccionada hasta en el más mínimo detalle.
¡Me gusta hacer feliz a la gente!- Dije con un entusiasmo
exagerado.
Al darme cuenta de que me había pasado de entusiasta, noté
un calor repentino y como mis mejillas iban cogiendo color.
La verdad es que no me había dado cuenta si alguien más
había escuchado mi obra maestra del humor, y menos que a alguien se tomara la
molestia de mencionármelo.
Y ahí estaba él, mirándome directamente a los ojos, con esa
sonrisa que a día de hoy sigue pareciéndome la más bonita que he visto. Se
percató de que me había ruborizado y sin dejar de sonreír, se presentó.
Por cierto, soy Mario. Encantado.
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