Después de torturarme a mí misma por hacer el ridículo sobre
manera. Seguí concentrada en mi trabajo. De todos modos, aunque Mario volviese,
no sería para verme a mí. Seguramente estaría trabajando cerca, en alguna
oficina, o puede que se hubiese mudado a la zona.
Llevaba poco más de un año trabajando en la cafetería, pero
nunca una mañana me había parecido tan larga. Me intentaba convencer a mí misma
que lo de Mario era solo una anécdota, e incluso me enfadaba cuando me venía a
la mente.
Estaba sirviendo la mesa de los trabajadores de un bufete de
abogados vecino de la cafetería. Dos cafés con leche, un zumo de naranja
natural, un par de tostadas y un té. Y de repente, pasó. ¡No me lo podía creer!
Ahí estaba Mario. Intenté mantener la calma, pero el corazón es un cabroncete
desobediente y empezó a latir más rápido de lo normal, mis manos parecían las
de una experta en castañuelas y sentía como todo sucedía a cámara lenta.
Acabé de servir la mesa y me fui a la barra intentando
mantener el equilibrio para no tropezar y volver a parecerle idiota. Fingiendo
que no me había dado cuenta de que Mario había entrado y se había sentado en
una mesa cercana a la ventana. Dejé la bandeja en la barra y cogí rápido el
bloc de notas para tomarle nota. Moría de ganas de acercarme, pero no podía
controlar mis nervios. Cuando me disponía a acercarme a su mesa, mi compañera
ya estaba atendiéndole. Fue un poco decepcionante, pero sentí alivio. Tenía más
tiempo para relajarme e intentar comportarme como una persona normal. Quería
dirigir mi mirada hacia su mesa, por si por alguna de aquellas nuestras miradas
se cruzaran. Pero no me atrevía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario