jueves, 8 de octubre de 2015

Capítulo 10

-¿Verdad que es la mejor paella que has comido nunca?

-Es una de las mejores, ¡Sin duda!

Estuvimos hablando de prácticamente toda mi vida. Le había hablado de mi mejor amiga Sara,  que tenía dos perros, Come y Calla, que había estudiado historia, que había tenido dos novios… Prácticamente todo.  Pero no habíamos hablado de él. No sabía nada más que su nombre.

-¿Estudias o trabajas?- pregunté con curiosidad.

-¿Tan cutre, enserio? Eso está pasado de moda Palomita- contestó riendo.

Sonrojada por su confianza, y mirando el plato contesté:

-No sabía cómo preguntarlo.

-Trabajo para el ejército.

-¿Eres militar?- exclamé con notable alegría.

-Soy médico militar. Me dedico a atender a mis compañeros de mi cuadrilla.

-Wow, ¡Que pasada!  Pero… ¿Por qué decidiste alistarte en vez de trabajar en un hospital?

-Es una historia un poco larga.

-No tengo que volver al trabajo por hoy, tengo tiempo- le dije con una media sonrisa.

-Está bien… alcahueta- dijo con tono burlón.

-Cuando era pequeño- siguió. Mi mejor amigo del colegio, tenía un hermano mayor que era militar. Lo destinaron a Irak. Allí tenían que mostrar su apoyo a los americanos y prestar ayuda a los civiles. Él estaba en una base algo alejada del centro de Bagdad, de hecho, él solía moverse por los barrios del extrarradio. Veía los bombardeos y escuchaba los ataques constantes, pero le quedaba algo lejano. Era alegre y divertido, tenía mucha mano con los niños, así que no tardó en hacer amigos, aunque al principio desconfiaban de él, lógicamente. Los niños ya no iban al colegio y no salían del barrio, pero Víctor llevaba un balón de fútbol y jugaba con ellos.
Una noche, durante la cena en la base, les llegó un aviso de bombas en las afueras de la ciudad. Víctor y sus compañeros se pusieron en marcha. Al llegar al barrio vieron casas destruidas, escuchaba gritos y sollozos, veía gente mutilada, incluso bebés. Vio en llamas el parque donde solía jugar con los niños del barrio. – hizo una pausa, tragó saliva y con los ojos llenos de lágrimas, yo no podía mediar palabra,  continuó: Desesperado, fue corriendo a socorrer los gritos de una mujer que parecía haber quedado atrapada en su casa. Bajó la guardia y cuando entró en la casa, le dispararon en el pecho. Los rebeldes habían estallado en cólera y no querían ver a ningún militar, aunque supieran que ellos estaban allí para ayudar.

-Lo siento Mario… No sigas si no quieres- le dije dulcemente al ver que realmente era doloroso para él.

-Sólo tenían dos médicos en la base- siguió como si no me hubiese prestado atención. Y esa noche no había ninguno con él. Sus compañeros lo recogieron y lo subieron al camión, pero no pudieron hacer nada por él. Antes de llegar a la base, Víctor… Víctor ya estaba muerto.

-Y decidiste hacerte médico- dije con la voz temblorosa.


-Y decidí alistarme. 





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