-¿Verdad que es la mejor paella que has comido nunca?
-Es una de las mejores, ¡Sin duda!
Estuvimos hablando de prácticamente toda mi vida. Le había hablado
de mi mejor amiga Sara, que tenía dos
perros, Come y Calla, que había estudiado historia, que había tenido dos novios…
Prácticamente todo. Pero no habíamos hablado
de él. No sabía nada más que su nombre.
-¿Estudias o trabajas?- pregunté con curiosidad.
-¿Tan cutre, enserio? Eso está pasado de moda Palomita-
contestó riendo.
Sonrojada por su confianza, y mirando el plato contesté:
-No sabía cómo preguntarlo.
-Trabajo para el ejército.
-¿Eres militar?- exclamé con notable alegría.
-Soy médico militar. Me dedico a atender a mis compañeros de
mi cuadrilla.
-Wow, ¡Que pasada! Pero…
¿Por qué decidiste alistarte en vez de trabajar en un hospital?
-Es una historia un poco larga.
-No tengo que volver al trabajo por hoy, tengo tiempo- le
dije con una media sonrisa.
-Está bien… alcahueta- dijo con tono burlón.
-Cuando era pequeño- siguió. Mi mejor amigo del colegio,
tenía un hermano mayor que era militar. Lo destinaron a Irak. Allí tenían que
mostrar su apoyo a los americanos y prestar ayuda a los civiles. Él estaba en
una base algo alejada del centro de Bagdad, de hecho, él solía moverse por los
barrios del extrarradio. Veía los bombardeos y escuchaba los ataques constantes,
pero le quedaba algo lejano. Era alegre y divertido, tenía mucha mano con los
niños, así que no tardó en hacer amigos, aunque al principio desconfiaban de
él, lógicamente. Los niños ya no iban al colegio y no salían del barrio, pero
Víctor llevaba un balón de fútbol y jugaba con ellos.
Una noche, durante la cena en la base, les llegó un aviso de
bombas en las afueras de la ciudad. Víctor y sus compañeros se pusieron en
marcha. Al llegar al barrio vieron casas destruidas, escuchaba gritos y
sollozos, veía gente mutilada, incluso bebés. Vio en llamas el parque donde
solía jugar con los niños del barrio. – hizo una pausa, tragó saliva y con los
ojos llenos de lágrimas, yo no podía mediar palabra, continuó: Desesperado, fue corriendo a
socorrer los gritos de una mujer que parecía haber quedado atrapada en su casa.
Bajó la guardia y cuando entró en la casa, le dispararon en el pecho. Los rebeldes
habían estallado en cólera y no querían ver a ningún militar, aunque supieran
que ellos estaban allí para ayudar.
-Lo siento Mario… No sigas si no quieres- le dije dulcemente
al ver que realmente era doloroso para él.
-Sólo tenían dos médicos en la base- siguió como si no me
hubiese prestado atención. Y esa noche no había ninguno con él. Sus compañeros
lo recogieron y lo subieron al camión, pero no pudieron hacer nada por él.
Antes de llegar a la base, Víctor… Víctor ya estaba muerto.
-Y decidiste hacerte médico- dije con la voz temblorosa.
-Y decidí alistarme.
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