miércoles, 14 de octubre de 2015

Capítulo 12

No volví a preguntarle.

Fueron pasando los días. Las semanas. Los meses. Y cada día nos conocíamos más y mejor. A veces pasábamos varios días sin vernos porque tenía maniobras en otras ciudades, y cuando nos veíamos aprovechábamos el tiempo perdido. Íbamos al cine los sábados, comíamos paella los domingos en el mismo restaurante. Hicimos mil planes, e incluso se había quedado un par de días en mi casa.

-Te invito a cenar esta noche- me dijo cuando estábamos acurrucados en mi sofá viendo una película de argumento un poco pobre. Quiero enseñarte algo.

-¿Qué quieres enseñarme?- pregunté curiosa

-Lo verás si aceptas la invitación- añadió con su preciosa sonrisa, que cada día me enamoraba más.
-Odio que me dejes intrigada- fruncí el ceño

Mario rió.

-Me importas pa…Paloma, y creo que es el momento de contarte algo que necesitas saber.

-Tú también me importas- contesté tiernamente.

Estaba realmente intrigada. ¿Qué querría contarme? No importaba lo que fuese, nada podía hacerme cambiar la opinión sobre él. Ya era tarde, estaba irrevocablemente enamorada de Mario.

-¿Y un adelanto? Pregunté entre risas siendo insistente.

-¡Serás impaciente! – sonrió. Está bien, quiero que conozcas a Aida.

-Aida, sin acento- recalqué con una sonrisa. Tengo muchísima curiosidad.

No sé si disimulé bien mi sorpresa, pero la verdad es que no me esperaba que ese fuese el motivo de la cena. Durante los últimos meses siempre evadía las preguntas sobre Aida, sin acento, cuando intentaba sonsacarle.

Mario se marchó a casa cuando acabó la película y yo decidí darme un baño. No podía dejar de pensar en lo que iba a ocurrir esa noche en la cena. Me imaginé hasta las situaciones más inverosímiles que me podría haber imaginado, pero no rocé si quiera la realidad.
Elegí una camisa azul marino, sencilla, y unos pantalones vaqueros. Me puse unas bailarinas del mismo color de la camisa y me recogí el pelo en una trenza baja.


Habíamos quedado a las nueve en un restaurante italiano que nos encantaba. Tenía una mezcla de nervios, intriga, ilusión y miedo porque iba a conocer a Aida, que llegué una hora antes.  Estuve esperando en un local de la zona, tomándome un refresco y leyendo Tokio Blues de Haruki Murakami hasta que se hizo la hora. Fui al restaurante y esperé en la puerta, para entrar juntos cuando llegara Mario. Estaba sumida en mis pensamientos cuando vi llegar a Mario, con Aida, sin acento. No me lo podía creer. No medié palabra. 






sábado, 10 de octubre de 2015

Capítulo 11

Notaba un poco de tensión en el ambiente. Sin duda no era un tema agradable, a él le resultaba complicado hablar de ello y yo no sabía cómo actuar. Seguimos comiendo sin hablar, sin levantar la vista del plato.

-Y además de salvar vidas, ¿Hay algo más por lo que deba admirarte? –pregunté por fin.

-Mmm… ¡Preparo una tortilla de muerte! – exclamó recuperando su alegre sonrisa.

-Eso es mejor que salvar vidas- dije riéndome.

Notaba como si se me hubiese encogido el corazón. Realmente se le veía triste por la historia que me había contado sobre el hermano de su mejor amigo de la infancia. Además tenía la sensación de que había detalles que se había guardado para él, pero no quería preguntarle.
Aunque continuaba sonriendo y gastando bromas, su mirada se había tornado triste y su sonrisa, aunque seguía siendo alegre, no parecía la misma.

Hubo un momento en el que arremangó las mangas de la camisa y vi como asomaba un tatuaje por debajo del reloj de su muñeca izquierda. No pude evitar preguntarle.


-¿Quién es Aída?
Nada más hice la pregunta, se miró la muñeca, se ajustó el reloj tapando el tatuaje y bajó la manga de la camisa.

-Es Aida, sin acento – contestó bruscamente.

-Aida, sin acento. - repetí

No quise seguir preguntando. Sentía que había tocado un tema que no le resultaba agradable y su contestación me había dejado helada. Seguí jugando con el arroz de mi plato, sin mediar palabra, ni mirarle.

-Es la persona más importante de mi vida- dijo con suavidad, al darse cuenta de que me había quedado seria.

-Ah.

-¿Alguna vez has sentido que tu vida tiene sentido gracias al poder de la vida de otra persona? – siguió.

-No, la verdad es que no.

-Pues para mi, esa persona es Aida, sin acento- recalcó- para mí. Algún día te lo contaré.


-Vale, cuando quieras- contesté con cierta tristeza. 









jueves, 8 de octubre de 2015

Capítulo 10

-¿Verdad que es la mejor paella que has comido nunca?

-Es una de las mejores, ¡Sin duda!

Estuvimos hablando de prácticamente toda mi vida. Le había hablado de mi mejor amiga Sara,  que tenía dos perros, Come y Calla, que había estudiado historia, que había tenido dos novios… Prácticamente todo.  Pero no habíamos hablado de él. No sabía nada más que su nombre.

-¿Estudias o trabajas?- pregunté con curiosidad.

-¿Tan cutre, enserio? Eso está pasado de moda Palomita- contestó riendo.

Sonrojada por su confianza, y mirando el plato contesté:

-No sabía cómo preguntarlo.

-Trabajo para el ejército.

-¿Eres militar?- exclamé con notable alegría.

-Soy médico militar. Me dedico a atender a mis compañeros de mi cuadrilla.

-Wow, ¡Que pasada!  Pero… ¿Por qué decidiste alistarte en vez de trabajar en un hospital?

-Es una historia un poco larga.

-No tengo que volver al trabajo por hoy, tengo tiempo- le dije con una media sonrisa.

-Está bien… alcahueta- dijo con tono burlón.

-Cuando era pequeño- siguió. Mi mejor amigo del colegio, tenía un hermano mayor que era militar. Lo destinaron a Irak. Allí tenían que mostrar su apoyo a los americanos y prestar ayuda a los civiles. Él estaba en una base algo alejada del centro de Bagdad, de hecho, él solía moverse por los barrios del extrarradio. Veía los bombardeos y escuchaba los ataques constantes, pero le quedaba algo lejano. Era alegre y divertido, tenía mucha mano con los niños, así que no tardó en hacer amigos, aunque al principio desconfiaban de él, lógicamente. Los niños ya no iban al colegio y no salían del barrio, pero Víctor llevaba un balón de fútbol y jugaba con ellos.
Una noche, durante la cena en la base, les llegó un aviso de bombas en las afueras de la ciudad. Víctor y sus compañeros se pusieron en marcha. Al llegar al barrio vieron casas destruidas, escuchaba gritos y sollozos, veía gente mutilada, incluso bebés. Vio en llamas el parque donde solía jugar con los niños del barrio. – hizo una pausa, tragó saliva y con los ojos llenos de lágrimas, yo no podía mediar palabra,  continuó: Desesperado, fue corriendo a socorrer los gritos de una mujer que parecía haber quedado atrapada en su casa. Bajó la guardia y cuando entró en la casa, le dispararon en el pecho. Los rebeldes habían estallado en cólera y no querían ver a ningún militar, aunque supieran que ellos estaban allí para ayudar.

-Lo siento Mario… No sigas si no quieres- le dije dulcemente al ver que realmente era doloroso para él.

-Sólo tenían dos médicos en la base- siguió como si no me hubiese prestado atención. Y esa noche no había ninguno con él. Sus compañeros lo recogieron y lo subieron al camión, pero no pudieron hacer nada por él. Antes de llegar a la base, Víctor… Víctor ya estaba muerto.

-Y decidiste hacerte médico- dije con la voz temblorosa.


-Y decidí alistarme. 





miércoles, 7 de octubre de 2015

A veces

A veces me entran unas ganas incontrolables de salir corriendo a buscarte, de gritarle al mundo que se quite de mi camino, de perder la cabeza y estallar en cólera porque no puedo llegar a tus caderas, porque no me dejan  enredarme en tu pelo, porque no me dejan naufragar siguiendo el brillo de tu mirada. A veces parece que el mundo no se da cuenta de que mi vida no es vida si mi piel no suda con tu piel. Porque quiero perderme en las curvas de tu pecho y recorrer tu cuerpo con mis manos. A veces recuerdo  como se eriza tu piel cuando acaricio tu cuello con mis labios, mientras los tuyos tiemblan. Me encanta cuando tu respiración se vuelve loca y  excita la mía. Pero a veces el mundo no me deja llegar a ti. Y a veces tú no me dejas llegar al mundo. 

Capítulo 9

Fueron pasando los días y Mario seguí viniendo. Seguí  tomando su café. Seguía llamándome pa…Paloma, seguía pidiéndome que le contara chistes. Y los dos seguíamos riéndonos como un par de bobos.

Ya había pasado dos semanas desde que conocía a Mario, y aunque era realmente poco tiempo, sabía que me gustaba.

-Quiero paella

-Aquí no servimos paella- dije un poco desconcertada. Es una cafetería, ¿Recuerdas?- le pregunté con tono burlón.

-¡Mírala! Que graciosilla es cuando quiere. Enserio, quiero paella. Y como aquí no la servís, tendremos que ir a otro sitio a pedirla- respondió.

¿Tendremos? ¿Quiénes? ¿Él y su novia? ¿Él y sus compañeros? ¿Él y los aliens? ¿Quiénes?

No contesté. Simplemente reí.

-Paso a por a ti a medio día, conozco un restaurante valenciano cerca de aquí que tiene la mejor paella de la ciudad.

-¿A por mí? – pregunté sorprendida

-¡Hoooola! – dijo pronunciando despacio cada letra. Sí, estoy hablando contigo.

-Sí, pero no sabía que lo decías para ir a comer los dos- hice una pequeña pausa. Juntos.

-Que mona eres.


Y se marchó. 






martes, 6 de octubre de 2015

Capítulo 8

Cuando me desperté, estaba sonriendo. ¿Enserio estaba sonriendo mientras dormía? Debía tener una pinta ridícula. ¿Cómo es posible que ese chido me hubiese vuelto tan loca?

Otra mañana más de trabajo, gente que entraba y salía. Algunos venían todos los días, otros no los había visto nunca. Solo tenía ganas de cantar y de bailar. Estaba siendo todavía más amable y alegre de lo normal.

Pero no vino. Ese día no vi a Mario. Por un lado, estaba preocupada por si le hubiese pasado algo. Pero por otro lado, estaba convencida de que había hecho algo mal, que no existía ese interés que yo había inventado, que simplemente era un chico simpático que pasaba por la cafetería para ir a trabajar.

Esa tarde quedé con mis amigos para tomar unas cervezas al salir del trabajo. Necesitaba distraerme para no darle más vueltas, pero no lo conseguí. Las voces de mis amigos sonaban en mi cabeza como la banda sonora de una película protagonizada por Mario.

Pero la pena no me duró mucho tiempo. Al día siguiente volvió a la cafetería.

-¡Hola pa…Paloma!- dijo tan entusiasta y burlón como siempre. ¿Te has cortado un poco pelo?

-¡Buenos días! Sí, me he saneado las puntas, ¿Cómo has podido notarlo? –pregunté realmente sorprendida. Apenas lo noto yo misma.

-Estás guapa- sonrió

-¿Café?


-Por favor. 



lunes, 5 de octubre de 2015

Capítulo 7

¿El de mañana? ¿Va a volver? Madre mía… ¡Voy a pedir hora en la peluquería para esta tarde! ¿Pero qué dices, Paloma? ¿Te estás volviendo loca?

Esa tarde me fui a casa dándole vueltas a todo  lo que había hablado con Mario. No me quitaba la imagen de sus ojos de la cabeza, ¿Cómo podían parecerse tanto al café?, ¿Y esa sonrisa? Parecía sobrenatural. Y sobre todo, ¿Por qué tenía ese interés en mí? Aunque bueno, quizá no fuera interés, pero mi mente quería verlo así.

El día amaneció nublado, refrescaba y parecía que no iba a tardar mucho en empezar a llover. Normalmente, los días así me ponen de malhumor, pero ese día no podía estarlo. No tenía la esperanza de ver a Mario entrando por la puerta a pedir su café con leche, corto de leche, dos sobres de azúcar y un vaso con dos hielos y una rodaja de limón. Porque sabía que iba a aparecer, me lo había dicho.

Y así fue.

-¡Buenos días pa…Paloma!

-Buenos días graciosillo, enseguida te preparo tu café.

-No, no te molestes. Hoy no puedo quedarme, solo pasaba a saludar.

-¡Anda! ¿Solo a saludar?

-Sí, tenía que venir a ver a pa…Paloma. Te recuerdo que me debes un chiste.

-¡Eso es muy cruel! Has venido adrede a hacerme pasar vergüenza, otra vez.

-¡Es que estás muy graciosa cuando te ruborizas!- dijo entre risas. Pero hoy te salvas por la campana, porque me tengo que ir ya. ¡Hasta mañana!



Estaba especialmente guapo. Llevaba una chaqueta verde, tono militar, que resaltaba todavía más el color de sus ojos. Su pelo negro no parecía despeinado aunque no se había peinado. Vestía unos vaqueros oscuros, un poco ajustados que le quedaban espectaculares y unas Panama Jack que conjuntaban a la perfección con la chaqueta.