Notaba un poco de tensión en el ambiente. Sin duda no era un
tema agradable, a él le resultaba complicado hablar de ello y yo no sabía cómo
actuar. Seguimos comiendo sin hablar, sin levantar la vista del plato.
-Y además de salvar vidas, ¿Hay algo más por lo que deba
admirarte? –pregunté por fin.
-Mmm… ¡Preparo una tortilla de muerte! – exclamó recuperando
su alegre sonrisa.
-Eso es mejor que salvar vidas- dije riéndome.
Notaba como si se me hubiese encogido el corazón. Realmente
se le veía triste por la historia que me había contado sobre el hermano de su
mejor amigo de la infancia. Además tenía la sensación de que había detalles que
se había guardado para él, pero no quería preguntarle.
Aunque continuaba sonriendo y gastando bromas, su mirada se
había tornado triste y su sonrisa, aunque seguía siendo alegre, no parecía la
misma.
Hubo un momento en el que arremangó las mangas de la camisa
y vi como asomaba un tatuaje por debajo del reloj de su muñeca izquierda. No
pude evitar preguntarle.
-¿Quién es Aída?
Nada más hice la pregunta, se miró la muñeca, se ajustó el
reloj tapando el tatuaje y bajó la manga de la camisa.
-Es Aida, sin acento – contestó bruscamente.
-Aida, sin acento. - repetí
No quise seguir preguntando. Sentía que había tocado un tema
que no le resultaba agradable y su contestación me había dejado helada. Seguí
jugando con el arroz de mi plato, sin mediar palabra, ni mirarle.
-Es la persona más importante de mi vida- dijo con suavidad,
al darse cuenta de que me había quedado seria.
-Ah.
-¿Alguna vez has sentido que tu vida tiene sentido gracias
al poder de la vida de otra persona? – siguió.
-No, la verdad es que no.
-Pues para mi, esa persona es Aida, sin acento- recalcó- para mí. Algún día
te lo contaré.
-Vale, cuando quieras- contesté con cierta tristeza.
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