Era otro día cualquiera en el trabajo, entraba y salía
gente, unos pedían cosas normales para el desayuno y otros pedían chupitos de
absenta.
Estaba atendiendo a una pareja cuando vi que en una de las
mesas, había dos chicas tomando café, y una de ellas lloraba. La otra, mientras
tanto, la consolaba dulcemente acariciándole la mano. Me acerqué a recoger la
mesa de al lado y vi como seguía llorando.
¡Doctor!- dije de repente. ¿Es grave?
Lo lamento señora- continué intentando poner una voz algo
más varonil. El hipotálamo de su marido ha sufrido daños irreversibles.
¡Oiga doctor! – recuperando mi tono de voz. Reconozco que mi
Paco está un poco gordo, ¡Pero no se pase!
Y sonreí.
Las chicas me miraron desconcertadas por unos segundos, pero
luego rieron casi al unísono.
Sea lo que sea, que sepas que eres muy bonita. Deja de
llorar, cielo- la consolé mientras le extendía un pañuelo de papel.
Gracias- me contestó apenas sin voz. Eres muy amable.
Reconozco que el chiste no es el mejor de los chistes, de
hecho, casi da pena, pero a mí siempre me ha resultado divertido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario